Ruta a la cascada de A Seimeira en Santalla de Oscos: PR.AS-116

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Publicado por Xurde P. Lejarza el 10 de abril de 2015
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Descubrir la cascada de A Seimeira, en el concejo asturiano de Santalla de Oscos, es un placer para los sentidos. Para llegar al punto de partida se tomará en A Veiga/Vegadeo la carretera AS-11 hasta el Alto de La Garganta, en cuya rotonda nos dirigiremos en sentido Santalla de Oscos (Santa Eulalia si el cartel no recoge la toponimia tradicional). Allí, en la primera rotonda veremos la indicación para la cascada, dirección que nos conduce hasta el mencionado punto de partida, que no es otro que la hermosa localidad de Pumares, un conjunto de varias construcciones tradicionales, en piedra vista y con bellos tejados de pizarra, que es atravesada por el río Agüeira.

Desde aquí, caminaremos cuatro kilómetros hasta la cascada, cuya visión bien merece dicha distancia, la cual es muy llevadera. El recorrido de vuelta, por el mismo sendero, hará que finalmente sean ocho los kilómetros, con un desnivel muy bajo de apenas ciento veinte metros, los que hayamos recorrido (oficialmente la PR.AS-116). En total, entre ida y vuelta, apenas nos llevará tres horas de amena caminata, aunque todo dependerá de lo mucho que nos dejemos embelesar por los infinitos detalles que nos saltarán al paso.

Es importante tener en cuenta que a escasa distancia del final nos hallaremos ante una encrucijada, ya que si cruzamos un pequeño puente sobre el Agüeira nos dirigiremos hacia Busqueimado. En todo caso, nuestro destino es la cascada de A Seimeira, por lo que deberemos continuar dejando el río a nuestra izquierda.

Castañeiros, carballos y vidureiras actúan como centenarios vigilantes que custodian un tesoro de naturaleza virgen. La ruta es muy sencilla, caminamos la mayor parte del tiempo al borde del río y es apta incluso para infancia desde los cinco años en adelante.

La mejor época del año puede ser el otoño, cuando el color de los árboles nos brinde emociones intensas, aunque hay quien puede preferir el frescor de la primavera, cuando el río rebosa vida y A Seimiera luce en todo su esplendor.

Da gusto detenerse a fotografiar las caprichosas formas de los árboles que secundan el camino, algunos alzándose en desafío a la gravedad sobre los muros de piedra cuya piel de musgo nos tienta a pasar la mano y disfrutar de su textura.

A media ruta aún resisten al paso del tiempo las ruinas del poblado de Ancadeira, una aldea anclada en otro tiempo, en la que aún podremos descubrir las trazas de lo que fue en el pasado y de cómo vivían aquellas gentes en un terreno a priori poco propicio para la agricultura y ganadería. Las construcciones se encuentran en ruinas, blandiendo una de las mismas cierta fortaleza que hace que su tejado aún resista y se puedan descubrir sus distintas estancias, siempre con muchísima precaución.

Tras dejar atrás Ancadeira el camino nos conduce hasta el Valle del Desterrado, cuya denominación viene precedida por una hermosa leyenda que os pasamos a relatar:

Cuentan los mayores de aquí que hace muchos años habitaba en Santa Eulalia de Oscos un señor para el que trabajaba un obediente criado.

Una tarde, regresaban de una jornada de caza y se dirigían a escuchar misa, pero se les hizo un poco tarde. El señor, que no quería perderse la celebración, ordenó al muchacho que se adelantara galopando y diera orden al cura de retrasar la ceremonia para que le diera tiempo a llegar. Así hizo, dando fusta a su caballo llegó a la iglesia antes de iniciarse la misa. Le dijo al cura que aguardase, que su amo estaba en camino, que no tardaría mucho en llegar y que tenía mucho interés en oír la misa. El párroco, viendo que ya estaba congregado todo el concejo, pese a las súplicas del joven, se negó a retrasar la hora de inicio y comenzó la liturgia.

Cuando llegó el señor, ya estaban abandonando todos la iglesia, pidió explicaciones a su criado y después de oír su argumento, se enfureció de tal modo que le ordenó que matase al cura o que ahí mismo mandaría matarle a él. El criado, viéndose tan acosado, no vio otra solución que obedecer a su amo. Mató al cura con la esperanza de que no le prendieran, pero su mismo amo le delató. La pena que le correspondía al joven era morir en la horca.

Por aquellos tiempos, se daba la circunstancia de que todos los vecinos de Santa Eulalia, excepto nueve, pertenecían a la nobleza. Una disposición real otorgaba el título de hidalguía a todos aquellos habitantes que fuesen autosuficientes, o lo que es lo mismo, aquellos que no necesitaban trabajar para nadie, ni que necesitasen comerciar con nadie. Como quiera que en los Oscos casi todas las caserías producían todo aquello que necesitaban para vivir, a muchos de sus vecinos se les dio el título de hidalgos. Estos hidalgos no poseían riqueza y trabajaban de sol a sol para sobrevivir, pero tenían título.

Llegado el día del ajusticiamiento, se congregó casi todo el concejo. A la hora de levantar la horca, como los nobles no podían ejercer de verdugos, no había brazos suficientes capaces de elevarla. Hubo que cambiar la sentencia del criado y, librado de la ejecución, se le desterró de por vida a sitio donde no oyera “carro rinchar, galo cantar ni campá soar” (carro relinchar, gallo cantar, ni campana sonar). Por aquel entonces poca gente se aventuraba a ir más allá de la aldea de Ancadeira y allí lo confinaron. Desde entonces este valle se conoce con el hombre de Valle del Desterrado.

En esta zona también podremos contemplar las corripas, pequeñas construcciones pétreas de forma circular que se empleaban en la época de recolección de castañas en los soutos o bosques de castaños. El ciclo de recolección comienza con el vareo de los erizos, mientras otras personas los recogen con unas pequeñas pinzas de madera (fustes) y los introducen en cestas de madera para llevarlos hasta las corripas; allí se taparán con hojas y rastrojos. A su vez, se recogen las castañas que están fuera de los erizos (castañas de destelo) que serán las primeras en ser consumidas. Transcurridos dos meses se procede al vaciado de la corripa, en cuyo interior habrá erizos curtidos y las castañas que contenían, permitiendo así extender la conservación de las castañas hasta los meses de abril o mayo.

Tras el Valle del Desterrado, en el que hallaremos varias mesas con bancos de piedra en donde podremos aprovechar para comer a la vuelta o descansar un rato, continuamos camino para encontrar enseguida el tramo final y la conquista de una visión magnífica: la de la cascada de A Seimeira en su diálogo perpetuo con las rocas sobre las que se precipitan sus aguas.

Merece la pena coger un brevísimo camino de subida, que encontraremos unos metros antes, para ascender y contemplar desde una perspectiva más elevada el hermoso espectáculo de la cascada. Sin duda, un reclamo para los fotógrafos y una excusa para imbuirse de su música y frescura.

El regreso es igualmente cómodo y si no se ha aprovechado el Valle del Desterrado para comer, bien se puede aplazar este momento para disfrutar del área recreativa que se sitúa a los pies del aparcamiento en el que habremos dejado el vehículo, a escasos cien metros de Pumares. O, cómo no, dejar que la magnífica gastronomía local en sus distintos establecimientos nos regale sensaciones para el paladar.

Porque, sin olvidar que hemos acudido a disfrutar de la naturaleza, no podemos irnos sin caminar por las hermosas calles de Santalla de Oscos, una de las localidades con más encanto del Occidente de Asturias.

 



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