Y su mirada quiso decirme... Coaña

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Publicado por Xurde P. Lejarza el 23 de octubre de 2017
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Piedras milenarias cuya voz es hoy un eco de la historia más antigua, de estos verdes y sus pobladores, cursos de aguas legendarias y tranquilas saboreando las sombras que proyectan sobre su piel los árboles, pueblos que advierten con su luz a los navegantes o que juegan a los bolos como si de auténticos dioses fabricando truenos se tratasen... Sí, no hay lugar para la duda, para el error: entramos en Coaña.

Coaña, un nombre que tan sólo pronunciarlo cautiva, que está impregnado por el sabor de su historia castreña, que huele a hojas escritas por Eva Canel, que atesora en sus cinco letras toda la riqueza de un territorio de ancestrales tradiciones y embriagador sosiego.

Uno se adentra en sus pueblos y le asaltan no pocas certezas. Admira el horizonte infinito que adorna las miradas de los vecinos de Ortiguera, y se maravilla ante el vigía perpetuo que lanza sus versos de luz sobre la costa evitando el beso traidor de los acantilados. Pueblo marinero, de puerto tímido y escondido, de playa bella y pintoresca, Ortiguera es un sueño que transforma al viajero y le hace aumentar el saldo de los recuerdos inscritos en la memoria.

Meiro, río y pueblo, sinuoso en su discurso con las fértiles tierras, silencioso y tranquilo con sus casas y sus vientos. Comparten el nombre o el nombre los ha creado pero son dos importantes hitos en el camino de quien desea adentrarse en el corazón del concejo.

Coaña posee la sonrisa sincera del niño que juega al escondite o a la pelota en Barqueiros, el vuelo de los jóvenes que nadan sus veranos en las aguas de El Espín, lanzándose desde el anciano Pantalán entre las barcas de los pescadores.

Coaña son las fiestas de los pueblos como Villacondide o Trelles, donde el esfuerzo y dedicación de muchos hacen las delicias de tantos otros. Coaña son sus castros, en constante desafío al tiempo y sus envites, la estela discoidea, sus montañas, las veigas de Porto, la huella del mítico teleférico que conectaba El Espín y A Paicega y el viento del mar que anida en Cartavio, Lloza o Medal.

Y como un centinela que todo lo viese, como el anciano abuelo que vela por la salud y la felicidad de su familia, se yergue imponente el Pico Jarrio. Recuerdo levantar la vista hacia él, de pequeño, y pensar que su forma era similar a la de un volcán; recuerdo las excursiones que el colegio Darío Freán Barreira organizaba para que los escolares intimasen con sus caminos y se llenasen la vista con su impresionante panorámica de gran parte del occidente asturiano. Esos pequeños habían adoptado, sin saberlo aún, el acento que nutre la mirada de las aves.

Adentro mis pasos aún más en el interior de un concejo cuyos latidos tejen una parte esencial del valle del Navia. Dirijo mi andar hacia As Mestas, ese rincón de paz que guarda celosamente Coaña, como el tesoro que se hace acertijo sobre un mapa secreto. Hundo mi cuerpo en la verde piel de los campos de Sequeiro o Lebredo y constato que aún se puede dejar uno dominar por la voz del silencio en pleno siglo XXI.

Como viajero o como vecino, como ave o como ola de mar que rompe su tiempo contra las rocas, uno puede aspirar, sin miedo, a encontrarse unas gentes amables y tranquilas, con el necesario sentido del humor y con el afán por hacer bien su trabajo allá donde vayan.

Quizás sea éste el último y más preciado tesoro de Coaña: sus gentes. Ya va el viajero haciéndose a la idea de que deberá regresar porque sus pies no se han cansado lo suficiente, porque no es capaz de imaginar cuándo acabarán los rincones mágicos por descubrir, porque ha caído ya en manos de la hermosa e inefable Coaña.

Y para retornar a estos parajes de niebla y lluvia, de sol y meandros, de flores y mareas, no va dejando el caminante migas de pan por el camino. La estrategia es más sencilla, más humana: irá recogiendo en su maleta cuantos recuerdos quiera llevar consigo y, con la mirada triste por el adiós, mirará a su espalda, mientras deja atrás El Espín y el puente sobre la ría del Navia, diciendo en voz baja: "Hasta pronto, Coaña, volveré y abrazaré de nuevo tus lugares... porque hay amores que, por mucho tiempo que pase, nunca se olvidan".

Lo sé porque instantes después me crucé con ese viajero, y cuando fui a interrogarle acerca de su feliz melancolía... su mirada quiso decirme... Coaña.



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